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lunes, 9 de febrero de 2009

ENTREVISTA
LA LITERATURA Y EL FRACASO DE LA REPRESENTACIÓN DEL OTRO: Víctor Vich y las perspectivas sobre la Violencia Política
Por: Rafael Ojeda

R. O. ¿Cuáles crees que han sido las causas políticas y sociales que originaron la violencia que flageló al país en las dos últimas décadas?
V. V. Yo no hablaría tanto de causas, porque el debate sobre las causas ha sido muy intenso y casi no ha llegado a ningún lado; aunque sabemos que las causas tienen que ver con un problema estructural, con las condiciones específicas de Sendero Luminoso en la Universidad de Huamanga y el contexto ayacuchano de los años 60 y 70. Yo hablaría más bien de lo que la violencia política nos ha permitido ver: un estado del país y de la nación, ya que pone sobre la mesa, o en escena, el fracaso absoluto de la nación, el fracaso absoluto del país. Es decir, fracasan los partidos políticos porque no saben cómo relacionarse con ella, no saben cómo enfrentarla; fracasa el ejército porque demuestra su ilegalidad ante las violaciones sistemáticas de los derechos humanos, y fracasa la sociedad civil, que tampoco toma el asunto en serio (por lo menos en los primeros años). Entonces, la violencia permite ver que el Estado, las Fuerzas Armadas y la sociedad civil no estaban bien constituidas, que no había un proyecto de comunidad. Así, la violencia revela el fracaso de estas tres instancias.

R. O. Y, ante esa idea del fracaso de la narrativa, que sustentaba el proyecto político de nación, ¿no podríamos entenderlo como una narrativa de la violencia del país?
V.V. De hecho, la Comisión de la Verdad ha sostenido que el conflicto armado ocurrido entre 1980 y el 2000 fue el más sangriento de la historia del Perú. Ha sido una guerra de mayor proporción que la guerra de la independencia, e incluso que la guerra con Chile. En ese sentido, sí podríamos entender cómo el conflicto armado se convierte en el punto final que mostraría el fracaso de la nación peruana, el fracaso de la construcción del Estado, el fracaso de la imaginación de la nación, el fracaso de la promesa de un país libre, igual y justo para todos. Sería como el punto final de la historia. De ahora en adelante, ya está en nuestras manos comenzar a construir otra historia y otra narrativa.

R. O. ¿Por qué estos modelos discursivos deben ser asociados al funcionamiento del poder y a la exclusión social?, ¿no podría ser, más bien, que sirvan para legitimar las relaciones de poder que existen entre un centro hegemónico y una periferia excluida?
V.V. Hay una idea importante de la teoría crítica contemporánea, la cual sostiene que la realidad es -en buena parte- un discurso, que tenemos acceso a la realidad y a relacionarnos con ella gracias a las representaciones que producimos de esta. En ese sentido, la manera en la que nos representamos la realidad determina la manera en que nos relacionamos con ella.
Por ello, si yo tengo cierta idea de cómo es una persona o cómo es un grupo social determinado, estas representaciones repercutirán en mi accionar. Los modelos discursivos, las representaciones y los textos son fundamentales en la medida que ellos cumplan varias funciones. Una de ellas es determinar una relación con la realidad, y la otra es, como dices tú, legitimar estructuras de poder heredadas, es decir, legitimar el Estado y las representaciones que se han fosilizado y que se han venido heredando, que nadie cuestiona y que siguen constituyendo identidades y relaciones sociales en el Perú.

R. O. Pero, ¿por qué para explicar estos fenómenos, que muestran los desórdenes y contradicciones de la sociedad -que son objetivos y que son producidos dentro de las estructuras sociales mismas- debemos relacionar los procesos de violencia con representaciones verbales?
V.V. Yo diría que por las mismas razones. Accedemos a la realidad, en buena parte, a través de discursos. De ahí que, sobre la guerra, se producen discursos acerca de lo que estaba pasando y, hoy en día, acerca de lo que ocurrió. Unos dicen que pasó una cosa y otros que pasó otra o una tercera. Entonces, hay que agruparlos a partir de sus enunciados: ¿quiénes sostienen que pasó tal cosa y quiénes que pasó tal otra? Y debemos estudiar la relación y los intereses o la defensa que se hace de algunos intereses. Obviamente, la posición de los partidos políticos que no supieron afrontar el tema de la subversión va a ser muy distinta a la de las víctimas o a la de los militares. Por ello, tenemos que entender que la violencia ha sido una, sin duda, pero que es explicada, es narrada y es representada de distintas maneras. Y esas representaciones corresponden a intereses específicos y a luchas de poder dentro de la sociedad actual.


R. O. A mí me parece que hay una herencia de cierta jerga conceptual posmoderna en el hecho de incidir en la idea del relato como fundamento ordenador de la realidad, y que –si esto es restringido sólo a lo libresco– tal vez funcione únicamente como algo terapéutico, como en el caso del texto resumen del Informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación que terminó llamándose Hatun Willakuy, que en español significa Gran relato ¿No crees que esta forma de manejar los hechos abusa de lo textual?
V.V. Sí y no. En el sentido que, por un lado, la posmodernidad tiene hallazgos muy importantes, tiene virtudes, como cualquier corriente, y también tiene defectos y afirmaciones polémicas. A mí me parece que una de las virtudes del pensamiento posmoderno, y de la deconstrucción, es haber puesto sobre la mesa la importancia del significado. Es decir, este significado no es una dimensión metafísica que está en la cabeza de las personas, sino que el significado es una práctica; el significado estructura nuestra misma relación con la realidad. Por eso, yo creo que es importante situar el problema de la violencia política en la discusión de los significados. Pero, por otro lado, pienso que el problema de la posmodernidad –y en eso no cae el Informe final– es precisamente que la posmodernidad afirma la imposibilidad de reflexión y de comprensión de una totalidad. Los posmodernos se sitúan en una lógica particular, fragmentaria, incapaz de totalizar y de universalizar, incapaz de producir afirmaciones de mayor envergadura. Y como tú has señalado, aquí hay un impulso final por salir de esta trampa posmoderna y repensar la totalidad. Hay que comprender que la violencia no es un problema que sólo compete al Estado, al campesino, a las fuerzas armadas o sólo a la sociedad civil, sino que la violencia es un fenómeno que explica la fractura y los problemas integrales del Perú.

R. O .Muchos parecen pensar que con la entrega del Informe final de la CVR se ha saldado ya los pasivos que el país tiene con las comunidades no letradas, que fueron afectadas directamente por la violencia política. Me parece que hay allí una “ilusión del fin”, que todo lo subsume a la textualidad del Informe final fetichizando su contenido. ¿No piensas que el Informe de la CVR podría caer en una suerte de referente “voyeurista” antropológico o en lo que tú has definido como una “narrativa de la piedad”?, algo que hasta ahora sólo resulta funcional en las salas de las bibliotecas...
V. V
. La entrega del Informe final -y el Informe final mismo- ha revelado los límites y hasta cierto punto, el fracaso de la textualidad, o sea, cuando la textualidad no va acompañada de movimientos sociales, de actores, de participación o de involucramiento en múltiples instancias, se queda en una biblioteca, en el puro signo y sin mayor incidencia en la sociedad. De hecho, el Informe dice una cosa y los políticos dicen que dice otra porque no lo han leído. O mucha gente no se siente representada en él porque han heredado estereotipos o imágenes de lo que le han dicho otros, o porque se han concentrado sólo en algunos fragmentos del Informe. Lo que este revela es que el trabajo final de la Comisión de la Verdad no debió haberse limitado únicamente a la producción del Informe, sino a la difusión del mismo, a partir de su articulación con los diversos actores y movimientos sociales. Tal vez el Informe no debió haber sido el punto final, sino el punto intermedio de esa larga tarea.

R. O. En la introducción de tu libro El caníbal es el otro, partes de una pregunta que considero fundamental: ¿Cuál es la narrativa que en el Perú finalmente se rompió para que hayamos podido ingresar al momento de la violencia política? ¿Cuál es la ficción social que terminó desgastada? Tras una lectura atenta de tu libro, no he encontrado respuestas a ello o, en todo caso, estas no estaban tan claramente especificadas. ¿Has encontrado la respuesta luego de todos estos años?
V.V. Esa es una pregunta complicada. Pienso que lo que el libro hace es mostrar tres lugares diferentes de representar la violencia: la versión de los senderistas, la versión de las víctimas y la versión de los intelectuales letrados. Estos tres lugares representan la violencia de manera tal que la culpa la tiene siempre el otro que es un bárbaro, es un ignorante, un salvaje o un traidor. Lo que yo intento mostrar es la imagen de un país, hasta cierto punto, estancado; esto, en la medida en que no puede liberarse de una representación facilista y esquemática para entender los problemas... Eso es lo que la violencia política permite visibilizar. Yo invertiría la pregunta, cuatro o cinco años después ¿Si realmente esa narrativa del otro como bárbaro, como caníbal, como salvaje se ha roto en el Perú, o si todavía sigue? Me da la impresión de que todavía hay signos que nos revelarían la persistencia de dicha narrativa entre nosotros.

R. O. Tu respuesta está relacionada a otra de las inquietudes que se han estado manifestando durante todo este tiempo. Tú has planteado la idea de la existencia de un “discurso letrado” que se auto construye como superior a partir de una voz que se presenta como una “racionalidad universal”. En el caso peruano se plasmó en manifestaciones fundamentalistas que podrían representar los extremos de la modernidad en el país; bloques contrapuestos que se asemejan en sus métodos, pero que discriminan cualquier forma alternativa de autorepresentación. Así, tenemos el discurso de Sendero Luminoso, por un lado, y el de las Fuerzas Armadas y el Estado, sustentados por el sector letrado de la ciudad, por el otro. Una forma de dictadura de la razón moderna que tiende a desaparecer al Otro tras estereotipos peyorativos.
V. V. Eso lo hemos visto clarísimo hace unos meses en el Congreso de la República, cuando dos congresistas querían hablar en quechua y fueron silenciadas, humilladas, y casi prohibidas de hablar. Y lo más vergonzoso no fue solamente ese gesto, que provino de una letrada por excelencia (Martha Hildebrandt) quien fuera presidenta del Congreso, sino que me llamó la atención el poquísimo rechazo de la opinión pública ante tal hecho. Es decir, la prensa no dijo nada; los editoriales no reaccionaron con la fuerza con la que se debía reaccionar, el país en sí no reaccionó, y creo yo, que eso era un acto discriminatorio, racista: el germen de los problemas de representación política que vivimos desde hace años, y los problemas de violencia que hemos heredado.

R. O. ¿Pero, se agota ahí tu diagnóstico, es decir, crees, como diría Derrida que “no hay nada fuera del signo”?
V. V.
No, claro que hay cosas fuera del signo, hay una dimensión del cuerpo, por lo tanto, hay un goce, hay una cultura material que el signo no consigue alcanzar en su totalidad. El signo quiere representar pero no puede hacerlo completamente. No creo que la realidad sea mera textualidad.


R. O. ¿Existe la posibilidad de sacar al “otro”de ese tópico colonialista que lo ha reducido a la condición de salvaje, violento, antropófago y sin capacidad de autorepresentarse, y que debe ser excluido –cuando no aniquilado– visible en representaciones noveladas, como en Lituma en los Andes, de Mario Vargas Llosa?
V. V. Ese es un problema de la crisis de representación política. El otro es subalternizado, el otro es colonizado porque está representado por una voz que quiere entenderlo y que lo define, y ese es exactamente el problema. El problema está en que el otro habla poco o no habla, o tiene pocos canales para hacer oír su voz, para representarse a sí mismo, para representar a su comunidad. Entonces, a nivel político y cultural, la única salida es promover la participación. A más participación, los sujetos dejarán de ser representados por otros y empezarán a hablar por sí mismos; al mismo tiempo seguirán produciendo intelectuales orgánicos, figuras internas a las comunidades que consigan simbolizar, o colocar simbólicamente su voz y su cultura.

R. O. Efraín Kristal sostiene que la violencia es consubstancial a la novela peruana, ¿qué piensas al respecto?
V. V. Sí, efectivamente, la violencia no solamente está consustanciada a la novela peruana, sino a la historia de la humanidad. En buena parte, ha sido el movimiento de la Historia, “la partera de la Historia” como diría Marx. La violencia ha sido parte intrínseca de los seres humanos. Pero, al mismo tiempo, la reflexión sobre la violencia ha sido simultánea a la violencia misma. El hombre también ha reflexionado sobre el sentido de esta. Yo creo que vemos en la narrativa última, en los cuentos, novelas y poemas que se están escribiendo sobre la violencia política, un intento por reflexionar e interpelar al país.

R. O. Entre Lituma en los Andes y Abril rojo, ¿crees que hay un cambio significativo de perspectiva?
V. V.
Desgraciadamente estas últimas novelas publicadas, Abril rojo y La hora azul, tienen demasiado fuerte el fantasma de Lituma en los Andes. Esta obra instaura una tradición discursiva para representar la violencia y estos recientes textos la siguen con cierta pasividad. Todavía perdura la descripción del campesino y del indio como un sujeto, sobre todo, mágico, irracional, que vive un mundo mítico, misterioso, incomprensible, ajeno a la modernidad. Estas dos novelas siguen fantaseando con esta imagen, y esa imagen ha sido heredada de la tradición más conservadora, y, en ese sentido, es una forma muy peligrosa y denigrante de calificar al indio.

R. O. ¿Estas novelas fracasan cuando intentan representar al otro?
V. V. El problema es que el mundo de la cultura es muy complejo. No podemos fijarnos solamente en un aspecto de ella. Que estas novelas representen al hombre andino –e incluso a la violencia política– de una manera muy conservadora, muy tradicional, no significa que no cumplan, o estén desempeñando en otras variables, a su vez y simultáneamente, objetivos positivos; o que no hayan estructurado una tradición positiva en la cultura peruana. Lo que hemos visto en los últimos años es que el informe de la CVR ha generado mucha resistencia en la clase política y en la sociedad civil, sin embargo, es claro que estas novelas son post informe de la CVR. Este documento ha sido leído, lo están utilizando o lo han utilizado, en alguna medida, para construir la ficción. Y son novelas más o menos bien recibidas, y no sólo internacionalmente, sino también aquí en el Perú. Entonces, podríamos poner sobre la mesa la hipótesis siguiente: que el informe de la CVR traspasa su introducción política o su introducción social, pero, empieza a asomarse a partir de la cultura. Es decir, la cultura sería un espacio mediante el cual el informe ingresa clandestinamente en el imaginario peruano. Yo creo que tendríamos que radicalizar esta postura todos los que trabajamos en el ámbito cultural.

R. O. ¿Se puede hablar de un nuevo género literario?
V. V. Yo no hablaría tanto de un género, sino de una corriente; la violencia política está sistemáticamente representada en la novela, pero también en la poesía, en el teatro, en el testimonio –que es lo más fuerte y lo más interesante, actualmente–, en la plástica, en la pintura. Entonces, yo diría que lo que observamos es un dispositivo productor de discursos y representaciones.

R. O. ¿No crees que es una veta de exotismo... de exportación?
V. V. Creo que hay algo de eso, pero no lo podemos entender como exclusivamente así.


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ENSAYOS
¿QUÉ ES EL CUERPO?

Rocío Silva Santisteban
Universidad Antonio Ruiz Montoya


Arrastramos estos cuerpos, con sus caídas de células, uñas y pelos y pocas veces nos preguntamos en medio de la vorágine realmente qué significa. ¿Tenemos un cuerpo o somos un cuerpo?, ¿acaso alguna vez esta pregunta no ha saltado de las brumas del inconsciente como una lengua de fuego a ulcerar nuestra razón? ¿Esta no es acaso la pregunta tautológica que se han planteado muchos y que marca toda entrada al análisis de lo corporal, ya sea desde la literatura, la psicología o la sociología? Es imprescindible comenzar con ella porque al inicio es necesario precisar de qué se trata esto que llamamos cuerpo. ¿Acaso es posible establecer una distinción entre el cuerpo y el yo?, ¿acaso es posible identificarse plenamente? Ni soy idéntica a mi cuerpo, ni puedo decir que le soy ajena. Ambas posiciones son imposibles. Es el juego de interrelaciones entre unas y otras lo que constituye el eje entre cuerpo y persona.

La experiencia del cuerpo propio, experiencia que se da a partir de un sentir (percepción), es la de una fusión o indistinción entre cuerpo y yo, los que no pueden ser encarados respectivamente ni como un predicado ni como un sujeto el uno del otro (Aisenson 20). El lazo que une al ser con su cuerpo tampoco se puede definir como una forma de posesión puesto que la propia posesión se define como una prolongación del organismo, lo cual resultaría paradójico, pues el vínculo entre poseedor y poseído jamás alcanza la intensidad del vínculo entre el ser y su cuerpo. “Mi cuerpo es mío en tanto no lo contemplo, en tanto no coloco entre él y yo un intervalo, en tanto no es objeto para mí, sino que soy mi cuerpo” (Marcel 101). Si nuestro cuerpo tiene la capacidad de poseer, no es verdad, en cambio, que pueda ser poseído por nosotros.

Dentro de la literatura el cuerpo no se puede reducir a un elemento de verosimilitud, por el contrario, habla ampliamente de las problemáticas del individuo frente a lo colectivo: es un modo de aprehensión del mundo. Contemplar nuestra carne es contemplar el espacio de otra inscripción distinta del espíritu pero inscripción al fin, porque la materia no sólo es la limitación de nuestra expansión en el universo sino también el locus donde se estructura la significación que nace del lenguaje.

El cuerpo es el lugar de la adoración y de la profanación, espacio de los significantes y de los sentidos, soma y sema, centro desde donde se expande el espíritu o donde se concentra; el cuerpo es una de las puertas del entendimiento. Como lo dice la poeta Blanca Varela en Ejercicios Materiales: “y allí te encuentras/ sola y perdida en tu alma/ sin más obstáculo que tu cuerpo/ sin más puerta que tu cuerpo...”.

Las formas de abordar lo corporal son expresiones de la propia forma cómo del cuerpo emanan simbolizaciones: es desde la óptica de la autoconstrucción del cuerpo como elemento de autorrepresentación que se presenta un enfoque que podría ser novedoso. El concepto autorrepresentación se refiere a un magma no ordenado que se constituye como una suerte de autosignificación (códigos, subcódigos y actualización de los mismos en prácticas concretas). Y si bien las representaciones sociales afectan a la autorrepresentación, la autorrepresentación, como lo sostiene lúcidamente Teresa de Lauretis, también afecta a la construcción social dejando abierta “una posibilidad de protagonismo independiente y de autodeterminación en el nivel subjetivo y hasta individual de las prácticas micropolíticas y cotidianas” (244).

Resumiendo: la autorrepresentación sería la forma cómo nos percibimos, cómo nos imaginamos, cómo percibimos nuestro cuerpo, nuestra capacidad de ubicarnos frente al mundo, en suma, nuestra forma de concebir nuestra propia identidad personal
[1] a partir de las representaciones sociales que produce nuestra cultura, pero, al mismo tiempo, la forma cómo desde nuestras propias percepciones y reflexiones modificamos (perturbamos) las representaciones de lo corporal. En suma se trataría del discurso del cuerpo propio y, en ese sentido, también ideologizado.

Dentro del ámbito de la creatividad literaria, el cuerpo se presenta, a veces inicialmente, como un primer grito y sólo a partir de este grito, es decir, de la puesta en juego de una corporeidad establecida en el propio nicho de lo literario, la mujer puede apoderarse del espacio simbólico. Considero que cuando las poetas y escritoras se refieren al cuerpo propio representado intentan nombrar lo inicial. Es por esta razón que no es nada casual que, tanto las poetas mexicanas como las chilenas, centroamericanas o peruanas que irrumpimos en la escena literaria de la década del 80, escriba(mos)n prioritariamente sobre el cuerpo, ya sea desde el erotismo, desde el escarnio o desde la autocelebración. Carmen Boullosa, por citar un ejemplo casi tomado al azar, hace una propuesta vehemente ante una pregunta sobre el tema de una antología de escritoras que tocan la cuestión erótica:

Nosotras las mujeres tenemos más cuerpo que los hombres. Nuestra vida está llena de nuestro cuerpo. Desde niñas (mirándonos para jugar en el espejo) hasta adolescentes (mirándonos con asombro en el espejo) o adultas (mirando nuestras caras mirar en el espejo) o viejas (vueltas puro espejo), preocupadas o disfrutando de nuestra apariencia, obligadas a la regla inevitable de nuestras funciones biológicas. Maravillosamente cuerpo hasta la muerte...” (Manca 23).

La mirada de Boullosa de alguna manera intuye lo esencial de la corporeidad para la mujer: la construcción del yo en una mujer pasa especialmente sobre la simbolización del cuerpo, pero no se trata sólo de una superficial preocupación por la apariencia: se trata del afán por crear una identidad. Asimismo Carmen Boullosa se refiere, en los paréntesis —y eso también sería analizable en tanto que la mujer siempre escribe desde los márgenes, los paréntesis, las acotaciones— a la génesis de esta construcción: la imagen que nos devuelve el espejo. Es decir que el cuerpo como tal no basta, es necesario ver su reflejo, plantearse una relación especular con él y construir un yo. Este yo proviene de lo que se nos devuelve. Los otros —los verdaderos espejos— marcan desde sus representaciones las pautas de esta construcción que se estructura por y desde el lenguaje. Analizar las autorrepresentaciones de mujeres escritoras en sus propios escritos, es decir, cómo se representan desde el lenguaje y lo simbólico, permite entrar a uno de los temas calves para entender la gestión cultural de lo corporal: ¿el cuerpo de la mujer y la construcción que hace de él y de sí misma a partir del lenguaje, dota al propio lenguaje y a sus juegos
[2] de alguna especifidad singular inscrita más acá de la simbolización de lo femenino? En otras palabras, ¿existe una literatura femenina corporal?

La pregunta está latente en muchos ejercicios de crítica literaria feminista, que parten de la idea que la construcción de lo femenino/masculino es social, con lo que estamos de acuerdo; pero diferimos de que se trate de algo puramente social y construido solamente sobre esquemas axiológicos. El cuerpo como dato biológico, como hecho real, como elemento dado, es la base sobre la cual se construye socialmente al cuerpo, es decir, ese cuerpo discursivo al que hemos hecho referencia líneas arriba. Si bien es cierto que la percepción de lo corporal es aprendida, esta misma percepción parte de lo corporal. En este sentido, algo vinculado fisiológicamente a lo corporal, constituye la base sobre la cual se construye al cuerpo y por tanto al género. Considero que este algo surge del cruce de la percepción del esquema corporal y de la imagen del cuerpo: la perceptividad centrípeta en la mujer y la centrífuga en el hombre. Estas dos formas de aprehender el mundo marcan una primera entrada a la diferencia en los productos de su creación: el texto está marcado por el género pero también, desde el género, por el cuerpo. El cuerpo deja su huella en el texto, y el texto asimismo en el cuerpo.

Centrífugo y centrípeta

En uno de sus memorables ensayos (memorable por su extraordinario estilo y porque sus revelaciones/develaciones sobre la mujer rozan la misoginia), el escritor argentino Ernesto Sábato sostiene que la mujer y el hombre poseen dos sensibilidades diferentes de acuerdo con las diferencias de ubicación de sus genitales externos: considera que el hombre es centrífugo (del Latín centrum y fugere, huir. Adj. que aleja del centro); y la mujer centrípeta (del latin centrum y petere, dirigir. Adj. que atrae, dirige, impele hacia el centro). Dice Sábato: “el hombre va de la realidad a lo descabellado, centrífugamente. La mujer de lo descabellado a la realidad, centrípetamente” (76).

Se trata sin duda de una interpretación de las tesis esencialistas y biologicistas que pretenden diferenciar no al cuerpo del varón del cuerpo de la mujer, sino a lo masculino y femenino desde la naturaleza, es decir, desde una propuesta que viene de un más allá no metafísico sino natural. No obstante, Sábato no se encuentra tan equivocado cuando sostiene que:

En el hombre el sexo es un apéndice, no sólo desde el punto de vista anatómico sino también fisiológica y psicológicamente: está hacia fuera, hacia el mundo, es centrífugo. En la mujer está hacia adentro, hacia el seno mismo de la especie, hacia el misterio primordial (131).

Dejando de lado todo el entramado cultural, simbólico e ideológico que marca su discurso falogocéntrico y que se basa en las tradicionales dicotomías masculino-femenino (razón-intuición; abstracción-concreción; logos-natura) encontramos un elemento intuitivo en Sábato que se acerca a los discursos psicoanalíticos sobre las diferencias de percepción entre el cuerpo de un hombre y el cuerpo de una mujer: una percepción centrífuga y una percepción centrípeta, que por supuesto, no tienen tan sólo un origen “natural” sino que emanan del cruce de lo que Paul Shilder llama esquema corporal con lo que Francoise Dolto denomina imagen del cuerpo y que no es algo simplemente dado sino también armado sobre las simbolizaciones y relaciones intersubjetivas.

Algunos psicoanalistas, sobre todo aquellos que investigan la conciencia del cuerpo, sostienen que la imagen del cuerpo está sostenida en tres aspectos: la imagen base, la imagen funcional y la imagen erógena. La última está asociada a determinada imagen del cuerpo: el lugar donde se focaliza el placer. Su representación está referida a círculos, óvalos, cavidades, bolas, palpos, rayas y agujeros, imaginados como dotados de intenciones emisivas activas o receptivo pasivas, de finalidad agradable o desagradable. La imagen del cuerpo es la síntesis, en constante devenir, de estas tres semi-imágenes, enlazadas entre sí por las pulsiones de vida, las cuales se actualizan en la imagen dinámica de cada sujeto. Para Francoise Dolto, la imagen dinámica genital es, en la mujer, centrípeta, respecto del objeto parcial peniano y, en el hombre, una imagen dinámica centrífuga (50). Señalar que la imagen dinámica genital de la mujer es centrípeta en su relación con el pene del hombre es caer nuevamente en las trampas del género y en lo que Thomas Laqueur denomina la “construcción del sexo”.

Consideramos que la percepción centrífuga en el hombre y centrípeta en la mujer no está vinculada sólo a la posición en la relación heterosexual, es decir, de esa falsa “natural” relación que se establece alrededor del pene entre hombres y mujeres; sino que lo centrífugo y lo centrípeto está vinculado a todas las simbolizaciones en torno a nuestro cuerpo a partir de un hecho que, parece una verdad de Perogrullo y lo es pero aún a estas alturas de los estudios de género es necesario resaltarla de forma –discúlpenos, lector o lectora- casi grotesca: todas las mujeres, sean homosexuales, bisexuales o heterosexuales, poseen una vagina “dentro del cuerpo” y los hombres, asimismo, un pene que está localizado fuera de él. Así la percepción del cuerpo propio en la mujer es centrípeta, pues absorbe, atrae, acoge hacia su interior. En cambio el hombre es centrífuga porque expele, bota, suelta, arroja
[3]. Se trata de sentimientos y conductas referidos a una percepción siempre subjetiva del propio cuerpo. El hombre percibe la realidad centrífugamente pues al estar los genitales al descubierto —los ve, los toca, los palpa— toda su sensibilidad se vuelca hacia fuera del cuerpo; y la mujer, centrípetamente, porque encontrándose la vagina dentro del cuerpo y el clítoris por lo menos oculto, su forma de sostenerse en la realidad también es interna, hacia su propio interior (física y psíquicamente)[4].

Sábato de esta manera relaciona intuitivamente el mundo de lo público con la exterioridad de los genitales del hombre y el mundo de lo privado con la interioridad de los genitales femeninos. Esta relación “intuitiva” forma parte de lo que Castoriadis ha denominado las significaciones sociales imaginarias, es decir, las significaciones que determinan aquello que es real en una sociedad y aquello que no lo es, lo que tiene un sentido y lo que carece de sentido (Castoriadis, 1994). Para Sábato la relación entre adentro y afuera está vinculada con lo femenino y lo masculino, se trata obviamente de la tradicional tesis falogocéntrica sobre las diferencias. Pero al margen de sus contenidos políticos e ideológicos —referidos al biopoder que denuncia Foucault y la crítica feminista— es posible resemantizar este discurso y plantear la posibilidad de una imagen del cuerpo femenino hacia la interioridad del ser, no sólo de la materialidad de la carne, es decir, no sólo del soma sino sobre todo del sema en tanto unidad de sentido, permite pensar que para la mujer el universo empieza en la piel y se extiende hacia el centro del cuerpo: el cuerpo es el límite del infinito pero hacia adentro. El cuerpo de la mujer hacia adentro, incluyendo fluidos y sensaciones inenarrables, constituye un punto de quiebre del organizado sistema simbólico falogocéntrico y permite una entrada a eso que forma parte también del mundo y que no está catalogado como tal en los esquemas tradicionales del logos occidental.

Pretendo explícitamente retomar y resignificar la relación y el sentido entre un adentro y un afuera corporal con la percepción propia del cuerpo según seamos mujeres o varones, o más precisamente, según tengamos pene o vagina
[5]. No me refiero a elementos naturales ni pretendo naturalizar lo cultural, pero entendamos que —como sostiene Castoriadis— en la dimensión propiamente imaginaria la existencia es significación, por lo tanto, la construcción del cuerpo de la mujer o del varón, en el devenir y la cotidianidad[6] proviene de esta sensación de “lo que está afuera” y “lo que está adentro”. Así lo que está adentro del cuerpo de la mujer es lo que está fuera del sistema falogocéntrico.

¿Existe una diferencia de sensibilidades —en la acepción del sentir— basada tan sólo en la localización genital? Baste precisar aquí que no se trata sólo de la localización de los genitales, sino de lo que hemos venido llamando esquema corporal e imagen del cuerpo. La imagen del cuerpo, como simbolización, se concentra en el propio esquema corporal pero se desarrolla a partir de la construcción intelectual que realizamos sobre nuestro cuerpo y su relación con el mundo, por tanto, la forma que tiene la mujer de relacionarse con el mundo “centrípetamente” está vinculada indiscutiblemente con esa imagen dinámica genital de su propio cuerpo vivido, pero sobre todo de la estructura de su experiencia humana que proviene de la vivencia de su cuerpo en el entramado social y simbólico de la realidad.

En la medida que el cuerpo es la encarnación simbólica del sujeto, el planteamiento de una percepción centrípeta en la mujer permite resignar lo corporal, hacer a un lado los atavismos que vinculan lo genérico a lo biológico y construir una expresión propia de la mujer y ya no apropiada; dejar atrás la construcción simbólica de la mujer como una falta
[7] en el sistema del orden constitutivo de la cultura patriarcal y empezar ya no a minar desde la grietas este orden, si no construir en ese otro lugar (recuperado, liberado, resignado) una cultura que articule su lógica desde el propio cuerpo como una suma de posibilidades inéditas y productivas.


OBRAS CITADAS

Aisenson Kogan, Aída
1981 Cuerpo y Persona. Filosofía y Psicología del cuerpo vivido. Fondo de Cultura Económica, México.

Bourdieu, Pierre
1994 Cosas Dichas. Grijalbo, Barcelona.

Castoriadis, Cornelius
1994 Lo imaginario: la creación en el dominio histórico social. En: Los dominios del hombre: las encrucijadas del laberinto. Gedisa, Barcelona.

De Lauretis, Teresa
1992 La tecnología del género. En El género en perspectiva. Carmen Ramos Compiladora. México, Universidad Autónoma de México.

Dolto, Francoise
1986 La imagen inconsciente del cuerpo. Biblioteca de Psicología
Profunda, Buenos Aires.

Laqueur, Thomas
1994 La construcción del sexo. Cuerpo y género desde los griegos hasta Freud. Madrid, Cátedra.

Manca, Valeria
1988 El cuerpo del deseo. Poesía erótica femenina en el México actual. Xalapa,UAM-Universidad Veracruzana.

Marcel, Gabriel
1953 El misterio del ser. Sudamericana, Buenos Aires.

Sábato, Ernesto
1982 Heterodoxia/De hombres y engranajes. Edit. Alianza, Madrid.

Schilder, Paul
S/f Imagen y apariencia del cuerpo humano. Estudios sobre las energías constructivas de la psique. Paidós, Buenos Aires.

Wittgenstein, Ludwig
1988 Investigaciones filosóficas. Instituto de Investigaciones Filosóficas- Editorial Crítica, México-Barcelona.



[1]Lo que algunos llamarían la conciencia de sí y otros el self, términos que preferimos no utilizar.
[2]”Nuestros claros y simples juegos de lenguaje no son estudios preparatorios para una futura reglamentación del lenguaje... Los juegos del lenguaje están más bien ahí como objetos de comparación que deben arrojar luz sobre las condiciones de nuestro lenguaje por vía de semejanza y desemejanza”. (Wittgenstein, 1988:131)
[3] Es interesante señalar acá las diferencias que se usan para señalar el orgasmo en el lenguaje sexual popular peruano. Cuando una mujer llega al orgasmo “se viene”, cuando un hombre llega al orgasmo “se da”. Por supuesto este lenguaje está mucho más vinculado con los patrones de género que con la percepción del cuerpo propio. Pero venirse implica salir desde adentro y entrar a algo distinto y darse es, por supuesto, entregar el esperma.
[4]Habría que considerar aquí la percepción ambigua del homosexual varón pasivo, que convierte a su cuerpo, desde el ano, en una localización del placer hacia adentro pero al mismo tiempo posee un falo que se entumece hacia fuera. Aunque esta referencia está vinculada a las relaciones intercorporales (que igualmente construyen la imagen del cuerpo) que a la propia autopercepción.
[5] Si bien es cierto que el caso de los hermafroditas sirvió para demostrar en un momento que el género es socialmente aprendido, en relación con lo que estamos tratando, es decir, la percepción del esquema del cuerpo y de la imagen del cuerpo el caso de los hermafroditas es irrelevante en tanto son excepcionales. Aún no existe una categorización cultural completa desde un “tercer sexo”.
[6]Una de las propuestas para analizar las prácticas y las formas de percepción de dichas prácticas es la noción de habitus propuesta por Pierre Bourdieu. En algunos textos Bourdieu asume el habitus como una estructura mental a través de la cual se aprehende el mundo, en otros como un esquema de producción de prácticas pero también como sistema de esquemas de producción y apreciación de esas prácticas. En todo caso hemos preferido el término de Castoriadis porque está relacionado con los elementos significantes y con lo que el propio Bourdieu denominaría capital cultural. (Bourdieu, 1994).
[7] Otras propuestas como la de Julia Kristeva retoman la idea de goce lacaniano (como la ansiedad imposible de ser saciada o el sufrimiento intolerable) para postular que la mujer pertenece al orden de la falta, de lo reprimido, de lo subalterno. La falta sería la forma cómo entra la mujer al orden simbólico de la cultura —que es el orden de lo patriarcal— pero hay que entenderlo también como constitutivo de la cultura. La falta está vinculada a la no posesión de un falo, entendiéndolo no sólo en su acepción metonímica sino sobre todo, metafórica. (Kristeva, 1987).
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ESPAÑOL QUECHUIZADO O LOS LÍMITES DE LA IMAGINACIÓN OCCIDENTAL

Klaus Elamr Schmidt
Universität des Saarlandes(Alemania)

Mucho se ha escrito acerca del lenguaje literario de José María Arguedas, desde el principio de la recepción científica de la obra arguediana, hasta podría decirse que el análisis de este importante aspecto ha sido concluido. El argumento que quiero añadir al discurso se basa en una comparación del lenguaje quechuizado de nuestro escritor peruano con otros intentos literarios de indigenizar a una lengua europea, en otras partes del mundo. La idea no es solo la de mostrar similitudes y diferencias en los estilos literarios desarrollados por los escritores mismos sino, también, la de hallar otros puntos de partida en la investigación académica y nuevas miradas científicas hacia el fenómeno del lenguaje literario indigenizado. La búsqueda de procesos creativos comparables a los de José María Arguedas me llevó finalmente a la literatura poscolonial africana, que en su gran mayoría está redactada en francés e inglés.
Pero antes de exponer qué es lo que nos puede ofrecer el estudio de la literatura africana respecto a la investigación de la obra de José María Arguedas, vamos a ver qué pueden tener en común los autores africanos y el escritor peruano, a pesar de estar separados por un océano y una distancia de más de diez mil kilómetros.
A raíz de la independencia de la gran mayoría de las naciones africanas a mediados del siglo XX, el cuerpo de la literatura africana actual contiene una multitud de escritores que a partir de los años cincuenta y sesenta empezaron la tarea de transformar los idiomas de los antiguos poderes coloniales; europeos, en lenguajes literarios capaces de representar su propia realidad en sus obras escritas. Básicamente, veían en la lengua europea un medio de comunicación que, aunque introducido a la fuerza, era capaz de ayudar a superar la fracción lingüística del continente africano, donde existen alrededor de 1700 lenguas aborígenes, cada una con su gramática y vocabulario propios. Es decir, igual que Arguedas, los escritores africanos se veían en una situación donde la única posibilidad de alcanzar un número elevado de lectores era a través del empleo de una lengua europea, aunque no fuera un idioma arraigado en la cultura que querían describir y desde la que querían escribir. Al igual que Arguedas, se veían enfrentados con una situación social, política, económica e histórica en la que había una lengua europea predominante, y no les quedaba otra opción que aceptarla y adoptarla como su lenguaje literario. Sus lenguas maternas nunca tuvieron la posibilidad real de pasar en gran escala de la oralidad a ser lenguajes escritos. Pero, como el quechua, eran lenguas en donde la oralidad misma motivaba la formación de una expresividad afiligranada y de una gran variedad de estilos de comunicación y de funcionalización y ritualización del lenguaje a través de, por ejemplo, fórmulas estandarizadas: proverbios, alegorías y metáforas desarrolladas y memorizadas desde hace siglos y entregadas de generación a generación. Y, precisamente, como Arguedas, los escritores africanos intentaban resolver ese dilema creando un lenguaje literario capaz de transmitir su propia experiencia cultural basándose en la lengua europea, pero modificándola con elementos de su lengua africana originaria. Un ejemplo simple, proviene de la obra del escritor nigeriano Chinua Achebe.
En su novela Things Fall Apart
[1], publicada en 1958, Achebe tematiza la lenta disolución de las normas y valores tradicionales de la sociedad rural nigeriana a finales del siglo diecinueve, causada por el contacto con el recién establecido gobierno colonial británico. Achebe describe la realidad física de los protagonistas aborígenes, el paisaje, la naturaleza, los objetos de uso cotidiano o las viviendas, empleando expresiones de su lengua materna, el igbo. Por eso, en la novela de Achebe, una choza no es una choza, sino es un obi: “He took a pot of palm wine and a cock to Nwakibie. Two elderly neighbors were sent for, and Nwakibie´s two grown-up sons were also present in his obi”[2].
Exactamente de igual forma procede Arguedas en Yawar Fiesta
[3], empleando palabras quechuas. Las chozas de la población indígena de los alrededores de Puquio, de los punarunos, no son chozas, sino chukllas:
“Un tiempo quedaban en silencio las estancias y los pueblitos. Pero en seguida volvían los punarunas a sus hondadas, prendían fuego en el interior de las chukllas y el humo azul revoloteaba sobre los techo (…).”
[4]
El efecto que ambos quieren producir es el de conferir al texto un aire de autenticidad indígena y mostrar que, como en este caso, no se trata de cualquier tipo de choza, sino de una muy bien especificada construcción de vivienda que solo existe en esa misma realidad indígena en la que está situada la novela.
Donde hay similitud en las estrategias y técnicas del escribir, también puede haber resultados investigativos de la recepción científica, aplicables en uno como en otro caso. Por ejemplo, para describir el proceso que en la literatura africana forma el fundamento teorético e ideológico de la indigenización de la lengua europea, la investigación científica africanista lo divide en dos pasos consecutivos:
El primer paso, la abrogación, es el acto de renunciar conscientemente a un concepto normativo de una variante correcta o estándar de la lengua europea empleada. El segundo paso, la apropiación, es el acto de apoderarse del idioma europeo con el fin de dar a conocer la cosmovisión de la cultura aborigen, modificándolo para poder expresar otra experiencia cultural
[5]. ¿No podríamos también aplicar ese concepto a la obra de José María Arguedas? Describe exactamente a su “pelea verdaderamente infernal con la lengua”[6], a su deseo de modificar el “castellano tradicional”[7] que le había parecido tan horrible, que le había parecido como disfrazar “...el mundo tanto casi como las personas contra quienes intentaba escribir y a quienes pretendía rectificar...”[8], a su manera de crear un. “lenguaje castellano especial...”[9] que puede ser “...medio de expresión legítimo del mundo peruano de los Andes”[10].
Hasta aquí, algunas similitudes que desde mi punto de vista legitiman la comparación de los discursos científicos. Ahora, vamos a ver si para ampliar el entendimiento de la obra de José María Arguedas tiene sentido apoderarse de las herramientas analíticas de la investigación africanista. Pero ante todo, hay que aclarar que de ninguna manera se trata de un intento de comparar culturas, sino de la elaboración de una estructura investigativa liberada de todo contexto cultural, de una categoría neutral aplicable a todos los casos en los que nos hallamos frente a un lenguaje literario que intenta modificar una lengua europea con elementos de un idioma indígena.
Quiero introducir un término que originalmente proviene de la metodología africanista, hermosísimo no solo por su valor descriptivo, sino también por su connotación política. Es el de la idiomatización antiautoritaria
[11]. Denomina la estrategia textual de traducir literalmente del idioma indígena a la lengua europea, con el fin de transferir al texto trozos de la esencia estructural e imaginativa del idioma indígena, enlazando así el lenguaje literario europeo con el instinto lingüístico y el fondo cultural nativos. Esas traducciones no están comprometidas a seguir las convenciones lingüísticas de la variante estándar de la lengua europea. Al contrario: pueden innovar y hasta violar las normas de esa lengua cuando sea necesario para la preservación de las estructuras típicas de la lengua indígena. La cualificación de esa estrategia como antiautoritaria es justificada por el acto de negarse a reconocer la variante estándar de la lengua europea como autoridad absoluta.
Aplicando esa definición amplia a la obra de José María Arguedas, podemos ver que la idiomatización antiautoritaria se desarrolla en diferentes niveles. Como el nivel morfo-sintáctico ya está muy bien examinado, nos vamos a dedicar al análisis del nivel léxico-semántico, y así podremos disfrutar de un discurso interpretativo que explica cómo Arguedas puede redactar textos en español recurriendo al repertorio figurativo del quechua, cambiando por lo menos parcialmente el fondo cultural al que tradicionalmente pertenece la lengua española con el del idioma quechua.
Apropiándonos de la metodología desarrollada por la investigación africanista para analizar el fenómeno de la idiomatización antiautoritaria al nivel léxico-semántico, podemos ver que una manera de transferir a la lengua europea la capacidad imaginativa característica de la lengua indígena es a través del empleo de traducciones literales. El acto antitautoritario se realiza aquí cuando el escritor no traduce, es decir, no busca equivalentes y no intenta de recodificar el original, conforme a las normas de la lengua europea.
[12] En ese contexto parece explicativo el siguiente pasaje de una entrevista del escritor nigeriano Gabriel Okara, en donde explica la importancia de su lengua materna, el ijaw, en su obra, que está redactada en inglés:
As a writer who believes in the utilisation of African ideas, African philosophy and African folk-lore and imagery to the fullest extent possible, I am of the opinion the only way to use them effectively is to translate them almost literally from the African language native to the writer into whatever European language he is using as his medium of expression. I have endeavoured in my works to keep as close as possible to the vernacular expressions [...]. In order to capture the vivid images of African speech, I had to eschew the habit of expressing my thoughts first in English. It was difficult at first, but I had to learn, I had to study each Ijaw expression I used and to discover the probable situation in which it was used in order to bring out the nearest meaning in English.
[13]
Para ejemplificar la estructura metodológica de la investigación africanista, un pasaje de un trabajo de Susan Arndt, sobre el desarrollo de la idiomatización antiautoritaria en la obra de la escritora nigeriana Flora Nwapa:
“Several chosen examples demonstrate that many English sentences go back to an Igbo counterpart. In addition to the English sentence from one of Nwapa´s three novels (1), I shall cite the intended implication of this sentence (2), and the original Igbo sentence (3).

1. “[S]he had her stomach behind her back.”
2. She is a malicious woman.
3. Afo diya na azu.
[S/he has a good stomach] expresses that a person is nice. If a person has his/her stomach on his/her back, the opposite is the case.

1. “I don`t want laziness to enter my eyes.”
2. I don`t want to go rusty.
3. Achoro umengwu ibam na anya.

1. “I have not had my bath.”
2. I have not yet been circumcized.
3. Isabegi aru ma.”
[14]
Intentemos aplicar ahora esa estructura investigativa a la obra de José María Arguedas analizando unas citas tomadas de la novela Todas las sangres[15], que obviamente son traducciones literales del quechua al español:
En una reunión de los siervos indígenas de los Aragón de Peralta, el viejo don Santos K´oyohuasi relata a su audiencia cómo había meditado sobre el porvenir de las relaciones entre su gente y los vecinos de San Pedro, empleando la frase: “He detenido el corazón para oír.”
[16]. Quiere decir: “He reflexionado muy concentradamente.” y se trata de una traducción literal de la expresión quechua: “Sonqoyta qasichuani uyarinaypaq”. Arguedas recurre aquí a la imaginación figurativa del quechua y por vía de la traducción la transfiere al español.
Otro ejemplo: Don Bruno y los comuneros de Paraybamba discuten cómo poder enfrentarse a la crueldad del terrateniente Adalberto Cisneros, a quien los comuneros caracterizan con las siguientes palabras: “Don Adalberto, hijo... de nadie, del mal viento”
[17]. La idea implícita en esa frase es que: “Don Adalberto está lleno de odio, condenado a actuar mal”. Corresponde a la expresión quechua “Tayta Adalberto churi piqpatapas millay wuayramanta”. Y cuando Don Bruno ofrece a la comunidad una parte de su tierra baldía, los comuneros se lo agradecen diciendo: “Ahora todos miramos una estrella alegre”[18], que quiere decir: “Ahora todos vemos un futuro mejor”. Es la traducción literal del la expresión quechua “Kunanqa llapayku hawayku uk chask`a kusisqa.”.

Además de mostrar y ejemplificar el pensamiento y la cosmovisión arraigados en la cultura indígena, esas traducciones tienen un efecto muy específico en el lector, o mejor dicho en el lector abstracto de formación occidental, que no puede recurrir a conocimientos profundos de cultura indígena y lengua quechua. Si tomamos en cuenta que Arguedas se dirige a ese grupo de lectores con la intención de ampliar la percepción de la cultura indígena y de reevaluar la relación entre cultura dominante y cultura dominada, vemos que la idiomatización antiautoritaria es justamente el elemento que realiza esta intención al nivel de la lengua misma. Una de las ideas centrales es que la traducción literal de frases quechuas no solo sirve para crear ese aire de autenticidad del que ya hemos hablado, el que ofrece al lector una mejor posibilidad de identificación con la realidad narrada, sino también para confrontarle con una diferencia entre las dos culturas que resulta ininteligible para el lector de formación occidental. A través de la demostración al lector de sus propias limitaciones culturales, que le impiden captar el sentido de las expresiones de la imaginación figurativa del quechua en todas sus implicaciones y connotaciones, Arguedas atribuye a la cultura dominada un valor superior a la cultura dominante, por lo menos en el instante en el que el lector se ve enfrentado con esa diferencia, esa “otredad” indescifrable. En ese instante, el lector de formación occidental cae en una trampa semántica que corta el proceso comunicativo que se había establecido entre escritor y lector a través del texto. Usualmente, ese proceso suele culminar en una acción cognitiva automatizada en el transcurso de la cual el lector recurre a sus conocimientos individuales y su cosmovisión cultural para descodificar y reconstruir lo escrito en su contexto narrativo. Los conocimientos individuales son los que distinguen a cada lector de los otros lectores, que le hacen posible desarrollar su manera propia y única de leer y entender un texto.

Contrariamente, es la cosmovisión cultural que facilita un fundamento común a todos los lectores que se han formado y siguen formándose dentro del mismo ciclo cultural porque es ella que explica al individuo cómo concebir a sí mismo y cómo definir su relación con otros individuos, con la materia viva y muerta que le rodea y con el universo en general. También se puede reducir esa definición amplia y muy abstracta dándole una vuelta para cambiar el punto de vista y deducir que lo menos que tienen en común todos los lectores de formación occidental es su desconocimiento de la cosmovisión indígena.

Por eso, el lector se ve, consciente o inconscientemente, enfrentado con la insuficiencia de sus herramientas mentales de lectura y los límites de su imaginación cuando quiere descodificar y reconstruir el sentido de las traducciones literales del quechua.
Otro ejemplo de Todas las sangres:
“Y ya en la cuesta de enfrente, sobre los arbustos que cubrían los abandonados andenes y campos no muy escarpados de Tokoswayk`o, don Bruno fue purificándose más con el canto de los grillos.
–¡Son estrellas! ¡Cada uno de estos animalitos tiene una estrella de música en su cabecita!– dijo, charlando con sus pajes, y no se dio cuenta de que hablaba en quechua.”
[19]
La expresión “¡Cada uno de estos animalitos tiene una estrella de música en su cabecita!” viene del original quechua “Sapanka kay wakichakuna uk chask`achan kan takiyniyoq umachampi”, y se refiere a la idea de que a cada ser vivo está asignada por el dios sol y la diosa luna una de las estrellas del cielo nocturno como entidad protectora y como símbolo de su rasgo característico. A una persona sabia le está delegada una estrella de conocimiento; a una persona caritativa, una estrella de bondad; y a un grillo, como animal cantor, una estrella de música, “chask`achan takiyniyoq”, lo que literalmente traducido significa “una estrella con sus canciones”. Fuera de eso, se usa esta imagen para, cuando algo bueno se ha logrado, comparar la iluminación de las estrellas con la alegría y felicidad que se siente y; para proyectar que al morir uno se reencarnaría en forma de una estrella que ilumina e irradia luz sobre su pueblo para evitar sufrimiento.

En cambio, lo único que el lector de formación occidental puede deducir del contexto narrativo, basándose en sus propios conocimientos del mundo, es una relación directa entre la expresión “una estrella de música en su cabecita” y los grillos como animales que con los movimientos de sus alas emiten sonidos rítmicos, pero el conjunto de connotaciones e implicaciones relacionadas con la cultura indígena no le es accesible. Arguedas ofrece al lector una frase que formalmente no se diferencia de otras. Pero como se trata de la traducción literal de una expresión quechua, entendible solo en el contexto de la cosmovisión indígena, interrumpe el flujo del proceso de lectura como quien corta el agua que hace girar una rueda hidráulica, y da paso a un momento de ralentí capaz de reforzar en el lector la impresión de hallarse frente a una diferencia cultural insuperable, a un espacio en blanco que por su “otredad” indescifrable no puede llenar con sentido. Como ya estamos usando términos desarrollados dentro de la teoría científica de la estética de la recepción
[20], seguimos un poco en esa dirección: si normalmente los espacios en blanco de un texto, es decir lo que no está explícitamente descrito en el texto, lo que la imaginación del lector tiene que complementar, forman el elemento central de la comunicación entre escritor y lector. En el caso de las traducciones literales del quechua, Arguedas niega la comunicación con el lector que desconoce la cultura indígena y la lengua quechua. Le presenta un espacio en blanco usando un código lingüístico que, aunque sea trasladado al español, no está disponible para el lector y le da instrucciones para la producción de significados que no puede ejecutar.
En un contexto extendido, el efecto producido radica en el hecho de que históricamente la cultura europea, fundamento también del proceso de descodificación del texto en la mente del supuesto lector de formación occidental, reclama para sí el derecho de definir en qué consiste y cómo se percibe lo otro. En nuestro caso, es la cultura indígena que por vía de la pluma de Arguedas se apropia de ese derecho para mostrar la fragilidad del autorretrato de la cultura occidental de ser la única cultura que entiende y define, que inventa al mundo.
La literatura africana y la investigación académica africanista otorgan a esta estrategia textual un valor explícitamente político, que describen como “capacidad descolonizadora” de la obra artística, relacionándola con la lucha política por la independización del continente africano y la liberación de las sociedades de los valores de la ideología colonial. La aplicación de esa terminología a la obra de José María Arguedas, obviamente, sería algo equivocada. En su caso se trata más bien de una “capacidad transculturadora”, que persigue la reivindicación de la cultura indígena buscando como fin una armonía social equilibrada que incluya a “todas las sangres” del Perú. Por eso, analizar el lenguaje quechuizado de Arguedas aplicando el concepto de idiomatización antiautoritaria, y llegar al fin de que el efecto que tiene en el lector de formación occidental es confrontarle con los límites de su propia imaginación, no implica que este no pueda leer ni entender a José María Arguedas. Al contrario: Arguedas le ayuda a aprender algo que es mucho más importante que concebir a fondo cada una de las palabras escritas. Le ayuda a comprender que no se puede comprender todo, y a respetar la cultura que no le es accesible, en vez de menospreciarla.

Nota:
Traducciones quechuas elaboradas por Urlanda Vásquez Costas (Cusco).

Bibliografía
1. Achebe, Chinua: Things Fall Apart; Achor Books, New York; 1994.
2. Arguedas, José María: Intervención durante el Primer encuentro de narradores peruanos; en: Pinilla, Carmen María (ed.): José María Arguedas ¡Kachkaniraqmi! ¡Sigo siendo! Textos esenciales; Fondo Editorial del Congreso del Perú, Lima; 2004.
3. Arguedas, José María: La novela y el problema de la expresión literaria en el Perú; en: Recopilación de textos sobre José María Arguedas; Casa de las Américas, La Habana; 1976.
4. Arguedas, José María: Todas las sangres; Alianza Editorial S.A., Madrid; 1988.
5. Arguedas, José María: Yawar fiesta; en: Pinilla, Carmen María (ed.): José María Arguedas ¡Kachkaniraqmi! ¡Sigo siendo! Textos esenciales; Fondo Editorial del Congreso del Perú, Lima; 2004.
6. Arndt, Susan: African Women`s Literature: Orature and Intertextuality; African Studies Series, Bayreuth; 1998
7. Ashcroft, B.; Griffiths, G.; Tiffin, H.: The Empire Writes Back; Routledge, London; 1989.
8. Iser, Wolfgang: El acto de leer; Taurus, Madrid; 1987
9. Okara, Gabriel: Interview; en: Burness, Don; Burness, Mary-Lou (ed.): Wanasema: Conversations With African Writers; Ohio University Monographs in International Studies. Africa Series, 46; 1985.
10. Zabus, Chantal: The African Palimpsest: Indigenization of Language in the West African Europhone Novel; Rodopi,


[1] Achebe, Chinua: Things Fall Apart; Anchor Books, New York; 1994
[2] Ibíd. (p. 19)
[3] Arguedas, José María: Yawar Fiesta; en: Pinilla, Carmen María (ed.): José María Arguedas ¡Kachkaniraqmi! ¡Sigo siendo! Textos esenciales; Fondo Editorial del Congreso del Perú, Lima; 2004, (p. 108 - 140)
[4] Ibíd. (p. 118)
[5] Vease Ashcroft, B.; Griffiths, G.; Tiffin, H.: The Empire Writes Back; Routledge, London; 1989; (cap. 2).
[6] Arguedas, José María: Intervención durante el Primer encuentro de narradores peruanos; en: Pinilla, Carmen María (ed.): José María Arguedas ¡Kachkaniraqmi! ¡Sigo siendo! Textos esenciales; Fondo Editorial del Congreso del Perú, Lima; 2004; (p. 524)
[7] Ibíd.
[8] Ibíd.
[9] Arguedas, José María: La novela y el problema de la expresión literaria en el Perú ; en: Recopilación de textos sobre José María Arguedas ; Casa de las Américas, La Habana ; 1976 ; (p. 404).
[10] Ibíd. (p.405).
[11] Véase Arndt, Susan: African Women`s Literature: Orature and Intertextuality; African Studies Series, Bayreuth; 1998; (cap. 2).
[12] Véase Zabus, Chantal: The African Palimpsest: Indigenization of Language in the West African Europhone Novel; Rodopi, Amsterdam; 1991; (cap. 4).
[13] Okara, Gabriel: Interview; en: Burness, Don; Burness, Mary-Lou (ed.): Wanasema: Conversations With African Writers; Ohio University Monographs in International Studies. África Series, 46; 1985; (p. 44).
[14] Arndt, Susan: African Women`s Literature: Orature and Intertextuality; African Studies Series, Bayreuth; 1998; (p. 89).
[15] Arguedas, José María: Todas las sangres; Alianza Editorial S.A., Madrid ; 1988.
[16] Ibíd. (p. 39).
[17] Ibíd. (p. 266).
[18] Ibíd. (p. 286).
[19] Ibíd.
[20] Véase p.e. Iser, Wolfgang: El acto de leer; Taurus, Madrid; 1987.
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ENTRE PARÉNTESIS: FUNCIÓN DEL APARTE EN LA CELESTINA
Enrique Cortez
Universidad de Georgetown (USA)
Mayo de 2007

El tema del género literario al que pertenece La Celestina es un punto importante en los acercamientos críticos a la obra de Fernando de Rojas, por lo menos desde Los orígenes de la novela del padre de la filología española, Marcelino Menéndez y Pelayo, quien señaló que de no haber existido la obra de Miguel de Cervantes sería en La Celestina donde se ubicaría el nacimiento del género de la novela (González Echevarría, “La prole” 18). Esta vía abierta por el maestro español ha sido explorada por varias rutas y de las actuales resalta el trabajo de Dorothy Severin, quien ha estudiado, con provecho, la relación entre Pármeno, uno de los sirvientes de Calisto en La Celestina, el Lazarillo de Tormes y los personajes de las Novelas ejemplares de Cervantes, Rinconete, Cortadillo y el perro Barganza. En “la prole de Celestina”, Roberto González Echevarría, estudia la escasa prole que este libro ha tenido en la literatura en español a diferencia de la obra de Cervantes, quien por cierto, es el que mejor ha captado el sentido corrosivo de la obra de Rojas (“La prole” 19-22). El juicio cervantino sobre La Celestina, incluido en El Quijote, ha sido tema de varios acercamientos críticos: “Libro, para mi divi-[no]. Si encubriera más lo huma-[no]” (citado en “La prole” 22). Esta intuición de lo humano de La Celestina tiene para el crítico cubano el sentido cáustico que Friedrich Nietzsche explora en su obra, a saber: “una inmoralidad congénita, una depravación tan profundamente arraigada que solo mediante una cuidadosa supresión o sublimación la vida social puede perdurar” (“La prole” 22). Por lo tanto, en el origen de la tradición de la novela ubicamos al libro de Rojas ya como un límite. De allí, se explica para González Echevarría la escasa prole: “en el comienzo de lo que es una rica tradición novelística, yace una visión de la humanidad y de la literatura tan terrible y descarnada, que no es posible imitarla con facilidad” (“La prole” 23). Esta poco sostenida tradición que imita a La Celestina (la que conocemos no va más allá de la obra de Cervantes y Lope de Vega)[1] hace oscura la vinculación entre el libro de Rojas y el género literario al que podemos adscribirla. Sin embargo, podemos generalizar que desde una perspectiva que estudia el plano del contenido La Celestina se ha vinculado con la novela[2]; desde el plano de la expresión, la obra de Rojas se presenta como una obra teatral.
En este trabajo atiendo a un punto medular en la expresión de La Celestina. Me refiero a lo que desde una perspectiva teatral se denomina “aparte”. Mi intensión es demostrar cómo este elemento permite al texto de Rojas asegurar el dramatismo de la Tragicomedia. Lo dramático es la materia prima del teatro, pero no es mi interés en estas páginas alimentar una polémica genológica. Si algo puede definirse como poética en La Celestina, es el logro de un efecto dramático de alto voltaje. Este efecto no es necesariamente exclusivo del teatro, también juega un rol importante en la prosa (no solo en la novela). Desde esta perspectiva me parece que en el libro de Rojas está muy claro aquello que Roland Barthes destaca como substancial en el análisis: la idea de que todo texto es un tejido de otros textos, de otras voces, frente a las cuales el crítico está obligado a considerar lo plural, el conjunto de relaciones que el texto organiza; pero esa pluralidad se construye bajo la forma del acontecimiento, esto es, se trata de una construcción donde el orden es lo original, donde la pluralidad es irreductible a la suma de las partes, porque todo texto construye su modelo.
[3] En esa dirección, la función del aparte en la Tragicomedia instruye acerca de la manera en que se organiza su sentido, enunciado desde el prólogo del libro como una lucha.
En efecto, como ha estudiado Joaquin Casualdero, el prólogo de Rojas a La Celestina, encierra toda una poética dramática. Como muestra el crítico, después de los versos atribuidos al “autor” de 1499, Rojas prosigue: “Todas las cosas ser criadas a manera de contienda o batalla, dice aquel gran sabio Heráclito en este modo: ‘Omnia secundum litem fiut’. Sentencia a mi ver digna de perpetua y recordable memoria” (40). Esta valorización en que descansa la autoridad del prólogo de Rojas se refuerza con la interpretación que Petrarca hace sobre aquel aforismo. Rojas traduce “Sin lid e ofensión ninguna cosa engendró la natura, madre de todo” (40) y amplifica la reflexión de Petrarca de manera acumulativa, desarrollando los efectos: “Las estrellas se encuentran en el arrebatado firmamento del cielo, los adversos elementos unos con otros rompen pelea […] los tiempos con tiempos contienden y litigan entre sí, uno a uno y todos contra nosotros [...]. Entre los animales ningún género carece de guerra. [...]. ¿Pues qué diremos entre los hombres a quien todo lo sobredicho es sujeto? ¿Quién explanará sus guerras, sus enemistades, sus envidias, sus aceleramientos y movimientos y descontentamientos?” (41). Casualdero concluye: “todo, en suma, es guerra en el prólogo de Rojas: desde el cielo hasta el hombre, pasando por los animales y por los elementos” (215).
[4]
En la Tragicomedia, esta idea de lucha supone varios ámbitos. Lucha entre estamentos sociales: los criados contra los amos; de género: las mujeres contra los hombres; familiares: los hijos contra los padres; y, como aporta Casualdero, la lucha dentro de sí mismo de los personajes: “cada personaje choca consigo mismo; entabla cada uno dentro de sí una feroz batalla. Porque también los personajes, como elementos de la obra, se construyen sobre una serie de contrastes que significan lucha: todos están ‘perplejos’, ‘mixtos’, indecisos ante posibilidades contrapuestas” (216-17). De aquí se desprende, por supuesto, un efecto dramático si seguimos una lógica causal.
En “Celestina, teatro”, Emilio de Miguel Martínez explora con intereses genológicos el aspecto dramático de la obra de Rojas, a saber, decir que La Celestina es teatro en el sentido más amplio. Para ello, lo dramático le permite deslindar a la Tragicomedia de la ficción sentimental, pues en esta última, “su necesidad de recurrir al género epistolar, sus desdoblamientos en autor objetivo, omnisciente, y por lo tanto implicado en la historia […] si bien son loables desde ciertos supuestos críticos […] no es menos cierto que delatan la inseguridad técnica en que se mueven aquellos autores” (323). Esta hibridez técnica de la ficción sentimental indica, en consecuencia para el crítico, el camino de búsqueda de un sistema de expresión más definido.
Las “vacilaciones en el uso de un género” (323), como nos presenta De Miguel Martínez a la ficción sentimental, le permiten observar en La Celestina el lugar de la seguridad, porque desde sus primeras páginas, nos dice, “encontramos en ella esos diálogos impuros, típicos del teatro de todos los tiempos, no nacidos de necesaria comunicación entre los personajes que la protagonizan, sino al servicio de intereses informativos que ha de resolver el autor en beneficio del destinatario” (324). Con esta argumentación el crítico apunta a cuestionar las posiciones que acusan a La Celestina de ausencia de información escénica, que nos la presentaría como teatro actual, y a interpretar el elemento narrativo de la obra como un elemento escénico. De esta forma, puede demostrar que los diálogos de La Celestina son, además, su propia guía escénica.
Esta postura es interesante por lo arriesgada, y porque va en contra de afiliar a la obra de Rojas con la novela, un género de mejor circulación en nuestros días. Pero deja de lado algunas cuestiones importantes, como el hecho de que La Celestina no cancela la ficción sentimental, sino que de alguna manera modifica ese género si pensamos en Penitencia de amor;
[5] pero también, como ha mostrado María Eugenia Lacarra en “La parodia de la ficción sentimental en La Celestina”, la obra de Rojas por lo menos se vincula con la prosa anterior de manera paródica. Además, la posición tomada por De Miguel Martínez es anacrónica al pedirle a la ficción sentimental seguridad técnica, seguridad que solo es imaginable a la luz del actual sistema de géneros y después de un proceso de siglos en que se han aclarado sus elementos, tanto para la novela como para el teatro. Otro punto, es que el crítico establece como segura la intención del autor de La Celestina cuando es bien conocida la problemática de plantear una sola intención autorial para esta obra, de hecho Bienvenido Morros plantea la posibilidad de un tercer autor, en medio de Rojas y el autor de la versión de 1499.[6] Pero el tiempo de la lucha, que hemos destacado en el prólogo de la obra, es también trabajado por De Miguel Martínez para ilustrar como actúa lo dramático en la Tragicomedia, solo que en su lectura lo dramático nos aleja de la novela y nos conduce al teatro (331).
A diferencia del trabajo del crítico anterior, que cita a algunos teóricos genológicos para argumentar que lo dramático en La Celestina nos dirige al teatro, quiero mostrar cómo desde la propia obra de Rojas podemos ir a otros puntos al analizar lo dramático. En ello, el aparte juega un rol esencial, pues, además de dar información escénica, si seguimos a De Miguel Martínez, el aparte también es un elemento narrativo en la medida en que contiene un sentido fatalista que anuncia los hechos posteriores. En otras palabras, el aparte contiene información que podría ser escénica y narrativa y que nos lleva tanto al teatro como a la novela, si queremos afiliar a esta obra con algún género prestigiado; o, y esto es lo que más interesa, permite especificar a La Celestina en su absoluta singularidad: la intuición barthesiana de que todo texto parte del plural como acontecimiento singular.
[7]
En La originalidad artística de La Celestina, Lida de Makiel presta particular atención al aparte, al que define como “modo convencional de expresar dentro del cause de la obra de teatro los muchos causes simultáneos por los que en la realidad fluyen el pensamiento y la palabra” (136). Esta simultaneidad, tiene para la autora dos direcciones: en el primero, el aparte −que se revela como un pensamiento interior de quien lo pronuncia− pasa completamente inadvertido para los personajes incluidos en el diálogo; en el segundo, el aparte es advertido por los otros personajes parcialmente; por lo cual piden al personaje que lo emitió que repita lo que dice. La diferencia entre el contenido del aparte y lo que repite el personaje, “pinta, y no siempre con colores cómicos, los antagonismos de los personajes” (137). Lida de Makiel también anota que el aparte siempre está en boca de la gente baja. Ello asegura verosimilitud: “aquí es evidente el propósito de hacer verosímil ese recurso convencional, pues es lógico suponer que los señores se expresen con libertad en el diálogo y el soliloquio, mientras los criados, que entretejen en torno suyo una como ronda de astucias y codicias, deben reprimir en su presencia la expresión de sus intereses” (139).
El primer aparte de La Celestina es expresado por Sempronio, quien −por cierto− formula la mayor cantidad de apartes. Lo interesante es que el aparte en este caso, además de constituir un antagonismo con Calisto, permite introducir la idea de locura, el tópico de la enfermedad de amor. Dice Sempronio: “No me engaño yo, que loco está este mi amo” (49). Si este aparte no hubiera tematizado la idea de locura, el primer auto tendría otra dirección, quizá el delirio de Calisto no habría estado claro. Pero Calisto insiste en mencionar el fuego amoroso en que se quema y lo compara con el purgatorio, fuego que prefiere a la gloria de los santos. El segundo aparte de Sempronio es muy claro: “Algo es lo que digo; a más ha de ir este hecho; no basta loco, sino hereje” (49). En este caso no solo se introduce una variante temática; el aparte cumple función plenamente narrativa, pues a la luz de los hechos finales de la Tragicomedia, el lector puede leer un proceso herético en Calisto, quien no solo muere en su empresa amorosa que atenta al orden social, sino que muere como hereje, sin confesión. Los siguientes apartes en este auto, todos en boca de Sempronio, tienen el sentido primero: tematizar el proceso de Calisto como una caída en la enfermedad y juzgar su condición espiritual: “mandaste al hombre por la mujer dejar al padre y la madre; agora no solo aquello, a ti y a tu ley desamparan, como agora Calisto” (50). Esta palabra interior, que ha ubicado en la herejía a Calisto, está lista para hacerse pública. Cuando ocurre, sorprende por lo atrevida; pero más atrevido ha sido Calisto al decir que Melibea es dios. En consecuencia, frente a esta herejía, la acusación de Sempronio (el que Calisto cometió un pecado más grave que la sodomía) tiene un sentido de broma para el amo, quien pregunta a su criado de qué se ríe y este contesta: “Ríome, que no pensaba que había peor invención de pecado que en Sodoma […] Porque aquellos procuraron abominable uso con los ángeles no conocidos y tu con el que confiesas ser dios” (51). El pecado sexual que Calisto procura cometer con su dios, Melibea, y que Calisto acepta con su risa cómplice pone en otro plano el diálogo del amo y el criado. Precisamente esa risa es el motor de la proposición de Sempronio de ubicar a Celestina para que lleve el negocio de Calisto, porque éste cambia el registro de su discurso: el joven amante pasa del discurso del amor cortés al de la lujuria muy rápidamente. Lujuria que lo ubica en la parodia del héroe de la ficción sentimental si seguimos el trabajo de Lacarra: “la obsesión amorosa de Calisto es la característica más evidente que comparte con los amadores de la ficción sentimental. [Sin embargo, frente a ellos] Calisto es ridículo porque pretende disfrazar su lujuria con la retórica cortesana mal aprendida” (17).
El aparte, en este primer auto, juega en contra de Calisto, pero también juega en contra del propio Sempronio, cuando va a casa de Celestina. Allí, la vieja, y una de sus jóvenes prostitutas, Elicia, discuten el engaño de Sempronio. En este caso, el aparte tiene un contenido narrativo, y muestra esa simultaneidad de la que hablaba Lida de Makiel: Sempronio en la puerta; Celestina avisando a Elicia de la llegada del primero, ésta pidiendo a Critón que se esconda.
Una vez que Sempronio vuelve a la casa de su amo con Celestina, los apartes tendrán el dinamismo del conflicto. Son el campo de batalla en que Pármeno y Celestina rivalizan. Ante la alarma de este hecho por Sempronio, Celestina se permite adelantar la historia en el aparte: “Déjame tú a Pármeno, que yo te le haré uno de nos, y de lo que hubiéremos, démosle parte: que los bienes, si no son comunicados, no son bienes” (64). Esta sentencia, anuncia también la lógica en el que están situados los criados: el pragmatismo económico al que están obligados. Así se trama una suerte de confabulación contra la moralidad del amo, que por lo menos en términos teóricos se supone que posee, pero Calisto, como nos ha mostrado Lacarra, es un corte de otra tela.
El segundo auto, incluye dos breves apartes emitidos por Pármeno, significativos a la luz del final de la historia. Otra vez, lo trágico está ya formulado en esta habla entre paréntesis. Calisto pregunta: “¿qué te parece lo que hoy ha pasado? Mi pena es grande, Melibea es alta, Celestina sabia y buena maestra de estos negocios; no podemos errar […] Así que, pues ella es tal, más quiero dar a ésta cien monedas que a otras cinco” (76). La respuesta que no se profiere públicamente es como un espejo de la historia final. Dice Pármeno: “¿Ya lloras? Duelos tenemos; en casa se habrán de ayunar estas franquezas” (76). Los duelos de los que habla Pármeno tienen una doble dirección: teme por la hacienda de su amo, que disminuida afectará sus posibilidades alimenticias, y ya sabemos lo importante que será la comida para los personajes de la picaresca (Lázaro y el buscón tienen narraciones impresionantes sobre los ayunos forzados a los que los exponen sus amos); pero también la mención del duelo supone la muerte de Calisto, y eso indirectamente tiene su correlación con el ayuno forzado que una vez, muerto el amo, el criado se verá expuesto. En otras palabras, la cautelosa posición de Pármeno, con respecto a la locura de amor del amo, está marcada de principio a fin por su instinto de supervivencia. Instinto que pierde, no precisamente por dinero (frente al cual parece incorruptible, aunque él solo piensa en el largo plazo), sino por lo mismo que afecta al amo: por lujuria.
El cuarto auto (el tercero no tiene ningún conflicto; no precisa apartes) nos muestra a Celestina en casa de Pleberio lanzando el anzuelo a Melibea. El primer aparte será significativo porque Celestina se encomienda al diablo. La redacción del aparte tiene, hipotéticamente dos épocas: la primera corresponde al manuscrito de 1499, y la segunda al de 1514. Es decir, el primer autor escribe: “Por aquí anda el diablo aparejando oportunidad, arreciando el mal a la otra”. Es la queja de Celestina de su aparente mala fortuna con Melibea, es una queja contra el diablo. Rojas, para enfatizar la brujería en Celestina la hará agregar: “¡Ea, buen amigo, tener recio! Agora es mi tiempo o nunca. No la dejes, llévamela de aquí a quien digo” (90). Es interesante comparar estas dos redacciones: en el primer caso la ambigüedad con respecto al diablo pone en duda la condición de hechicera de Celestina; en el segundo caso, la formula amical de la vieja, asegura su calidad de bruja. Este punto es importante para Rojas, si consideramos el objetivo didáctico que da a la Tragicomedia en el prólogo: “compuesta en reprehensión de los locos enamorados, que, vencidos en su desordenado apetito, a sus amigas llaman y dicen ser su dios” (44). Pero como ha explicado Stephen Gilman, al estudiar la biografía de Rojas en función del sentido de la Tragicomedia, el carácter de nuevo converso del autor de la obra, llamaba la atención de sus coetáneos. De allí el carácter irónico de la obra, que no está limitado por el orden del discurso católico y puede ser crudo en muchos temas. Dice Gilman: “Rojas no era un rebelde, sino un irónico fuera del reino de los valores y explicaciones aceptados, que observaba a sus personajes a distancia y les dejaba traicionar sus propias racionalizaciones y corrupciones” (22). Pero también, exactamente esa mirada que observaba con recelo a los nuevos conversos, obliga al autor a fórmulas didácticas. Para asegurar ese filón didáctico Rojas debe resolver la ambigüedad en que el primer autor ubica a sus personajes, porque si no están claramente delimitados, no podrá observarlos traicionarse. El aparte es central en esa tarea, pues dibuja la moral de los personajes, su independencia psicológica a pesar de tener una posición subalterna, algo que no está claro en el manuscrito del primer autor.
El único aparte del quinto auto apoya la idea anterior. En una suerte de soliloquio interior, Sempronio nos muestra su catadura moral. Después de presentar a Celestina como un ser bajo y despreciable, después de lamentar que el diablo lo haya reunido con ella, después de anticipar su propio final como una caída, Sempronio dice: “Pero gané harto, que por bien o mal no negará la promesa” (104). Pero la promesa, la cadena de oro que Calisto entrega a Celestina, le será negada al criado; la perfecta intuición que sobre Celestina tiene no le servirá de nada (“¡Oh codiciosa y avarienta garganta!”). Esto de alguna manera muestra que saber teórico y saber práctico está divorciado en Sempronio cuando se trata de codiciar, porque en la codicia él es la contraparte masculina de Celestina.
En el sexto auto Sempronio y Pármeno discuten acerca de la codicia de Celestina, mientras la vieja cuenta de sus éxitos con Melibea a Calisto, y por último le entrega el cordón de Melibea. Entretanto, el sufrimiento de Pármeno es intenso, porque sufre al ver medrada la hacienda de su amo. Desde la posición de sobreviviente del criado sabemos cuán importante resulta que el amo esté a flote en términos económicos. Sempronio trata de calmarlo, y pronostica el futuro descenlace entre ellos y Celestina, de quien dice en uno de los primeros apartes: “no tiene otra tacha, sino ser codiciosa, pero déjala barde sus paredes, que después barderá las nuestras o en mal punto nos conoció” (107). La intuición de Sempronio es correcta, la codicia de Celestina no tiene límites. Pero la última opción, “en mal punto nos conoció”, es una verdad de la narración que Sempronio tendrá que cumplir al dar muerte a la vieja.
La escena de la muerte de Celestina, que sería el momento más conflictivo entre los personajes que más uso hacen del aparte, no presenta ningún aparte, porque es, de alguna manera, el momento prefigurado en todos los anteriores apartes. En esta escena se insiste en la historia biográfica de Pármeno, su condición de hijo de otra prostituta y alcahueta. Este tratamiento, sin embargo, tiene lugar algunas páginas atrás, en el séptimo auto, antes de que Celestina reúna a Areúsa con Pármeno. En la conversación sobre Claudina, la madre de Pármeno, este ofende a Celestina, quien promete en un aparte: “Lastimásteme, don Loquillo. ¿A las verdades nos andamos? Pues espera, que yo te tocaré donde te duela” (124). Esto explica entonces que la furia asesina no provenga de Pármeno, el criado menos pacífico de Calisto, sino de Sempronio, quien más confiado se mostraba con Celestina. Pármeno, en la escena de la muerte de la vieja, está inmovilizado por la palabra de Celestina quien le recuerda a cada instante, mientras discute con Sempronio, el pasado de su madre: “Y tú, Pármeno, no pienses que soy tu cativa por saber mis secretos y mi vida pasada y los casos que nos acaecieron a mí y a la desdichada de tu madre” (182-83). Pármeno, sólo puede responder desde la impotencia, porque en realidad, él es el cautivo del saber de Celestina: “No me hinches las narices con esas memorias; sino enviarte he con nuevas a ella, donde mejor te puedes quejar” (183). Esta amenaza de muerte es sólo retórica. Pármeno no puede hacer nada contra la vieja, quien se niega a entregar la parte de la paga acordada y amenaza, de paso, con publicar los secretos de ambos criados. En el caso de Pármeno esto supone revelar el pasado de su madre: “¿Qué tercia parte? Vete con Dios de mi casa tú. Y esotro no de voces, no allegue la vecindad. No me hagáis salir de seso. No queráis que salga a plaza las cosas de Calisto y vuestras” (183). La muerte de Celestina será una liberación para Pármeno, quien para asegurarse que Sempronio ha hecho un buen trabajo le insiste: “¡Dale, dale, acábale, pues comenzaste! ¡Que nos sentirán! ¡Muera, muera; de los enemigos los menos!” (184).
Muerta Celestina y los criados de Calisto, los apartes son escasos en la Tragicomedia. De modo que el primer aparte “post” Celestina será pronunciado por Sosia, quien lo utiliza para burlarse de Melibea, a quien escucha quejarse después de haber perdido su virginidad: “¡Ante quisiera yo oirte esos miraglos! Todas sabéis esa oración después de que no puede dejar de ser hecho. ¡Y el bobo de Calisto, que se lo escucha!” (192). Según el reproche de Sosia, Calisto debería abandonar a Melibea una vez consumado el acto. Su lógica no entiende que el punto para Calisto no era sólo el galardón, como en un inicio se refiere Calisto a la virginidad de Melibea; el punto para Calisto (y también para Melibea) es la repetición porque ambos están en otra economía; están en la lujuria.
Justamente Sosia, quien no entiende nada, será objeto de engaño por parte de Areúsa, quien quiere saber el secreto de los encuentros de los amantes, Calisto y Melibea, a pedido de Elicia, quien intenta vengar la muerte de los criados de Calisto. En la visita de Sosia a casa de Areúsa, Elicia, escondida, expresa unos apartes que terminan de dibujar la situación social y la personalidad del joven criado de Calisto: “¡Oh hideputa el pelón, y cómo se desasna! ¡Quién le ve ir al agua con sus caballos en cerro y sus piernas de fuera, en sayo, y agora en verde medrado con calsas y capa, sálenle alas y lengua!” (210). Después de que Sosia ha revelado el secreto por una promesa erótica de Areúsa, Elicia sentencia: “¡Tiénente, don andrajoso! ¡No es más menester! ¡Maldito sea el que en manos de tal acemilero se confía!” (212). Elicia dira de Areúsa, quien ha hecho un trabajo formidable con el fácil de Sosia, y siempre se lució para la prima: “¡Oh, sabia mujer!” (212).
La última sentencia destaca un punto hasta ahora no tratado en este acercamiento, pero que ha estado presente en los apartes de la Tragicomedia: ser espacio de conflicto de género. De hecho, el comentario de Sosia, sobre Melibea tiene esa dirección también, y estuvo desarrollado desde el primer auto, cuando Sempronio pronunció un discurso misógino en miras de atenuar el primer fuego pasional de Calisto.
Por último, un punto que merece atención es que el aparte también es el lugar del deseo, triangular en el caso de Lucrecia, la criada de Melibea. Por supuesto, el status erótico de Lucrecia fue medido por Celestina, quien logra hacerla su cómplice ofreciéndole un remedio para el mal aliento, que prefigura la posibilidad de algún encuentro sexual. El estado de necesidad en que se encuentra la criada se expresa claramente en los últimos apartes de La Celestina cuando ella dice: “Mala landre me mate si más los escucho. ¿Vida es esta? ¡Qué más este yo deshaciéndome de dentera y ella esquivándose porque la rueguen! […] Pero también me lo haría yo si estos necios de sus criados me hablasen entre día; pero esperan que los tengo de ir a buscar” (223). El proceso erótico en el que está sumida afecta hasta su salud, pues habla de dolores de cabeza, pero ella insiste, aunque eso la mate, y cuenta los coitos de los amantes: “Ya me duele a mí la cabeza de escuchar y no a ellos de hablar ni los brazos de retozar ni las bocas de besar. ¡Andar! Ya callan; a tres me parece que va la vencida” (223). Esta relación de padecimiento y voyerismo, de erotismo y muerte, se amplificará con la trágica muerte de los amantes, Calisto y Melibea.
La manera en que La Celestina ha explorado las relaciones entre los sectores altos y bajos de la sociedad es algo que no se volverá ha repetir en la literatura española siguiente. Como ha notado Jesús Gómez al estudiar las relaciones entre la obra de Rojas y Lope, “la trivialización del mundo marginal, y la consiguiente simplificación de los personajes de baja condición, no es exclusiva de la dramaturgia de Lope sino un proceso general de la literatura de la época” (42). Este mundo marginal, cobra una contundencia que los sectores altos no tienen en la Tragicomedia, ciertamente gracias al aparte –que hemos revisado en este trabajo– con que el sector de baja condición muestra su complejidad social y psicológica. Esta palabra entre paréntesis, además de direccionar una posible lectura sobre el género literario al que podemos adscribir a La Celestina, si es que necesitamos de esas seguridades de lectura, es importante porque inscribe el sentido general de la Tragicomedia como una lucha. Esta exposición del conflicto, prefigurado desde el prólogo por Rojas, sólo pudo delinearse dotando de complejidad lo que en sí es complejo: la vida de una sociedad estamental.


Obras citadas
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Todorov, Tzvetan. Los géneros del discurso. Trad. Jorge Romero León. Caracas: Monte Avila, 1991.


[1] Al respecto ver el trabajo de Ricardo Castells “El sueño de Calisto y la tradición celestinesca” y las páginas dedicadas a los imitadores por María Rosa Lida de Makiel en La originalidad artística de La Celestina.
[2] Esta oposición, central en la teoría del lenguaje de Louis Hjelmslev, ayuda a ubicar las vías que ha tomado la crítica genológica. Así podemos ubicar a los citados textos de Severin y Gonzalez Echevarría como una exploración del contenido, mientras el trabajo de Lida de Makiel atiende de manera minuciosa el plano de la expresión de La Celestina, trabajando las relaciones retóricas que el libro de Rojas guarda con la tradición de la comedia romana, humanística y la tradición celestinesta que llega hasta La Dorotea de Lope. Sobre la influencia de La Celestina en Lope es central el trabajo de Jesús Gómez.
[3] Dice Barthes: “El comentario de un solo texto no es una actividad contingente, colocada bajo la coartada tranquilizadora de lo concreto: el texto único vale por todos los textos de la literatura, no porque los represente (los abstraiga y los equipare), sino porque la literatura misma no es nunca sino un solo texto: el texto único no es acceso (inductivo) a un Modelo, sino entrada a una red con mil entradas; seguir esta entrada es vislumbrar a lo lejos no una estructura legal de normas y desvíos, una Ley narrativa o poética, sino una perspectiva (de fragmentos, de voces venidas de otros textos, de otros códigos), cuyo punto de fuga es, sin embargo, incesantemente diferido, misteriosamente abierto: cada texto (único) es la teoría misma (y no el simple ejemplo de) de esta fuga, de esta diferencia que vuelve indefinidamente sin conformarse” (8, énfasis del autor).
[4] Sobre la cita de Séneca y Petrarca ver el trabajo de Louise Fothergill-Payne, “La cita en La Celestina”. Esta autora, siguiendo toda una tradición crítica que explora el aspecto paródico de la Tragicomedia, se detiene en ese aspecto.
[5] Según Jesús Gómez, Pedro Manuel Jiménez de Urrea reinterpreta, desde una óptica aristocrática, “Celestina a la luz de las ‘artes de amores’” (“Las ‘artes de amores’” 15). Por su parte, Regula Rohland habla de una réplica de Penitencia a La Celestina, marcada por un “descenlace arbitrario y opresor” (105).
[6] El tema de la autoría es una cuestión harto debatida por la crítica. La primera edición data de 1499. Fue impresa en Burgos por Fadrique de Basilea y solo nos ha llegado un único ejemplar, carente de título, pues le falta la primera hoja (se supone que se titulaba Comedia de Calisto y Melibea). La Celestina que conocemos se basa en este texto de 1499, en uno de 1500, donde aparecen una "Carta del autor a un su amigo", once octavas acrósticas y, al final, otras seis octavas de Alonso de Proaza, que había actuado como corrector de imprenta, en las que explica que en los versos acrósticos se desvela el nombre del autor, Fernando de Rojas, un texto de 1507, publicado en Zaragoza y la edición de 1514, impresa en Valencia por Juan Joffré. Esta última edición es conocida como la más confiable, según Dorothy Severin, “de esta edición se infiere la existencia de ‘la edición de Salamanca, de 1500’. Supone la crítica que esta edición de la Tragicomedia se relaciona con la versión más antigua de la obra completa, mientras que las versiones de ‘1502’ son más tardías” (“Cuadro cronológico” 266). Por cierto, las ediciones de 1502, contienen importantes cambios textuales: el título de la portada es ahora Tragicomedia de Calisto y Melibea y posee veintiún actos. Los cinco actos nuevos, que se añadieron detrás del XIV de la Comedia, se deben, según confiesa el propio Rojas, a la petición de algunos lectores de que se alargase el deleite de los amantes. Aparte de estas dos innovaciones, se hacen varias adiciones extensas y algunas breves supresiones. De esta nueva versión existen (según sus colofones rimados) seis ediciones que pretenden ser de 1502, pero fueron impresas entre 1510 y 1520. De manera que la primera impresión que nos ha llegado en castellano de la edición de 1502 es la de Zaragoza de 1507. Para más detalles ver la edición de La Celestina de Severin, u otras ediciones críticas.
[7] Esto no impide que la singularidad de La Celestina, precisamente por su radical diferencia, haya generado una tradición genérica. El problema de los géneros, como nos recuerda Tzvetan Todorov, es que “cada época tiene su propio sistema de géneros, el cual está en relación con la ideología dominante, etc. Como cualquier otra institución, los géneros evidencian los rasgos constitutivos de la sociedad a la cual pertenecen” (54). Esa tradición celestinesca, la constituyen en su centro, la Segunda comedia de la Celestina, de Feliciano de Silva, que se publica en Medina del Campo en 1534 y tiene carácter de farsa y parodia respecto a la obra de Rojas; la Tercera parte de la tragicomedia de Celestina, de Gaspar Gómez de Toledo (Medina del Campo, 1536), que pretende ser una continuación de la Segunda Comedia de la Celestina de Feliciano de Silva; la Tragicomedia de Lisandro y Roselia, llamada Elicia y por otro nombre Cuarta obra y tercera Celestina, que parece en Salamanca en 1542 y es anónima; y la Tragedia policiana, publicada en 1547, del bachiller Sebastián Fernández, quien presenta la historia de Claudina, la madre de Parmeno y la comadre de Celestina. Hay otras obras que son incluidas, como la Comedia Thebaida. Al respecto, ver el libro de Lida de Makiel y el artículo Castells, “El sueño de Calisto y la tradición celestinesca”.
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