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jueves, 1 de marzo de 2012

Literatura buena, literatura mala (Julio Caballero)

Julio Caballero se arriesga intentando responder a esta eterna pregunta, y lo hace al margen de opiniones teórico-críticas o argumentaciones académicas. Notable reflexión tomada de su web La ciudad del billón de sueños.

Si Woolf, Kafka, Conrad, Cortázar, Faulkner, Carpentier, Joyce… , es decir, la buena literatura, trataran de publicar mañana, en alguna de las grandes editoriales, sus manuscritos, estoy convencido de que no publicaría casi ninguno de ellos. Ulises se me antoja un imposible porque ¿quién va a querer publicar una novela con esa complejidad narrativa, lingüística, etc.? El propio editor lo abandona tras las primeras 60 páginas y lo arroja a la papelera.

Si yo digo ahora que: Almudena Grandes, Elvira Lindo, Maria de la Pau Janer, Ken Follett, Dan Brown, Ruiz Zafón, Arturo Pérez-Reverte, Antonio Gala, Javier Cercas, Juan Cruz, Maruja Torres, Lucía Etxebarria, Ildefonso Falcones… y así hasta el infinito, es mala literatura, me acusarán de elitista y de fatuo y pedante.

¿Cuál es el problema con la buena literatura? Que no es fácil de leer. La montaña mágica de Thomas Mann es una lectura que el lector medio de hoy día, esos que leen a Boris Izaguirre o a Espido Freire, no podría pasar de la página cien (y estoy siendo generoso). Mann requiere un esfuerzo intelectual así como una hábito lector. Y dentro de ese hábito, lectores con “competencia literaria”; es decir, personas habituadas a leer textos de diversos campos de la cultura (arte, literatura, historia, ensayo, etc.), y que posean un bagaje como lectores. Lo que suele denominarse, popularmente, como “nivel cultural”.

Aquí se encuentra, a mi juicio, uno de los grandes problemas de señalar con el dedo, a los lectores, a este o aquel autor: que uno puede reconocer que elige un mal vino, pero jamás que no sabe lo que lee, y mucho menos que lo que lee es mediocre. ¡En todo caso, el que rechaza o destroza a un novelista es porque es un ignorante, de esos que lo único que quieren es tener la razón!

Porque la lectura está reconocida socialmente como una actividad de “gentes cultas”, de personas con “cultura”. “Yo leo”, dicen con orgullo quienes tienen ese hábito, aunque luego sus elecciones estén novelas recomendadas por los suplementos semanales -a menudo, obras de autores adscritos a sus editoriales, caso de Alfaguara con El País, pero hay más ejemplos- o el último premio Planeta (dicho esto, jamás ganaré el Planeta o me editará Alfaguara; aquí, haciendo amigos).

¿Qué sucede con el gusto literario? ¿Es educable? Estoy convencido. Pero hay que tener mucho cuidado con dos aspectos, a saber: uno, el de proponer obras que amplíen el catálogo de lecturas que, por impulso, no se tienden a leer -por culpa de las campañas publicitarias-, ya que éstas nos abrirán a nuevas sensaciones y perspectivas -que de eso se trata-. Ocurre igual con la cocina, el deporte o la música. El otro, el de que la importancia de leer, sea lo que sea, es más importante, en última instancia, que la lectura en sí. Potenciar el acto de leer frente al qué se lee, porque el lector debe tener la libertad de elegir lo que lee, cómo y cúando.

Dicho esto, la lectura posee un problema inherente a su liturgia: el tiempo. No es lo mismo ir a buscar un libro de cocina para probar nuevas recetas e impresionar a los amigos, que tener la paciencia de leer las más de 1000 páginas de Guerra y paz, por más estimulante que pueda parecer. Incluso a los que leemos mucho y no nos dan miedo los libros gruesos -o de varios tomos-, el tiempo supone un hándicap.

Volviendo a las editoriales, me deja perplejo que las grandes campañas de las editoriales sean para novelas como La sombra del viento, que tengo a menos de cuatro metros de este portátil y de la que no pasé de las primeras veinte páginas. No es que me guste la pose de “intelectual” y me fuerce a no leer este tipo de novelas. Es que si uno tiene en la retina Madame Bovary (Flaubert), El corazón de las tinieblas (Conrad), Meridiano de sangre (McCarthy), La subasta del lote 49 (Pynchon), Orlando (Woolf), El rey Lear (Shakespeare), El arrancacorazones (Vian) o La náusea (Sartre), esa competencia lectora marca una línea de placer estético. ¿Las malas lecturas son del todo excluyentes? No. Puedo prometer y prometo que he leído varios libros de la saga de la forense Kay Scarpetta, escritas por Patricia Cornwell, o El enigma de la catedral de Chartres, de Louis Charpentier. Introducir fast-food en nuestra dieta, sin abusar, no va a hacernos peores lectores.

A un amante de Tchaikovsky le puede encantar Extremoduro, pero sabe distinguir las dos opciones y situarlas en un marco concreto, cada una en un nivel. Tchaikovsky, o Vivaldi, podrían -debería- enseñarse en las escuelas; Extremoduro es prescindible, aunque dentro del estudio de la música popular de una época también tiene su cabida (porque es cultura).

Por un lado, hablamos de música clásica, por otro de música popular; ambas tienen sus referentes históricos, ideológicos, técnicos, etc. determinados. Aún así, a una persona con nivel cultural medio no se le ocurriría decir que Vivaldi es mala música y Extemoduro, buena; más bien al contrario. Y lo afirmaría aún no sabiendo diferenciar entre una corchea y una semifusa, o entre una clave de fa y una de sol. :grin: ¿Por qué? Pues porque hay una convención universal sobre las que se asienta -formal y conceptualmente- esta afirmación. Aplicando las mismas técnicas de investigación, vemos como otro tipo de música jamás llega a la calidad y la emoción pura de las piezas clásicas. Enciende la radio, pon cualquier cadena de música comercial. Ése cantante del que has estado oyendo y leyendo por todas partes va a vender 7 millones de discos con su primer álbum y dentro de cinco años nadie se acordará de él. La música, como la literatura, no puede ser medida por su valor económico, sino por valores relacionados con la técnica con que fueron hechas y la emoción que despiertan.

Extremoduro tiene su momento y Vivaldi el suyo, digamos; para Álex, el protagonista de La naranja mecánica, Mozart tenía su momento. A muchos personajes de Murakami, por ejemplo, les apasiona el jazz; o bien lo escuchan, o aparece en sus novelas como elemento recurrente.

La literatura es igual, bajo mi punto de vista. La mala literatura y la buena conviven, como no podría ser de otra forma, cada una tiene su momento. Pero son malos tiempos para la lírica, que diría el poeta -esto es cierto: vivir de la poesía en España, y me temo que en el mundo, sin subvenciones o sin ganar premios importantes, es un imposible-.

Las críticas literarias parecen acercarse más a la importancia del boom del producto (El niño con el pijama de rayas ha sido best-seller en 25 países -y, por lo tanto, es una obra maestra-; si has leído El principito, de Exupéry, o los cuentos de Andersen, me juego un brazo a que parece una novela todavía más infantil y ñoña: no la he leído, puedes matarme) que alumbrar las virtudes ocultas a ojos poco despiertos. ¿Cómo se hace una crítica hoy día?

Magnífica novela, prometedor autor, personajes profundos, trama sorprendente, final trepidante, hallazgos de todo tipo, son algunas de las definiciones más recurrentes (¿no te suenan?). Luego busca un juego entre autores clásicos para dar un aire de respeto a tu crítica (“una mezcla entre los personajes oscuros del Dostoievski más descarnado y la ironía social de Jane Austen”, por ejemplo, y creerán que van a leer a Dostoievski y Austen en esa novela). No olvides añadir algunos párrafos que no se entiendan ni con el diccionario de la RAEL a mano: “lleva la inconsistencia de lo extraño a una epifanía sinestésica apabullante, arrinconando las miserias humanas en pequeñas chispas arremolinadas alrededor de una asfixiante ascensión a una metafísica hegeliana: el agón ya no es una futilidad whitmaniana”. Podría ser casi cualquier cosa que se te ocurra.

Hay buena literatura dura de leer. El paraíso perdido de Milton, por ejemplo, no es fácil; pero hay otra que te abre fronteras y es como si -imagino- fumaras opio: Las flores del mal de Baudelaire (aunque el Spleen, sus pequeños poemas en prosa, también habría que echarles un vistazo); y otra que sorprende porque derriba prejuicios: La Biblia (como narración, maravillosa; unos evangelios más que otros, hay que decir).

Estoy convencido de que estamos en un periodo bajo de autores; que de la generación de los años ochenta apenas sobreviven unos pocos, y no precisamente por su calidad literaria sino por empuje, porque no hay más, o por publicidad editorial, porque el libro es un gran negocio.

En todas partes cuecen habas, pero creo que la literatura en España no pasa por su momento más álgido. Hace mucho que no leo a un autor nacido en España que me conmueva como pueden serlo Juan Villoro, Claudio Magris, Michel Houellebecq, Alessandro Baricco o Ricardo Piglia. Desde Juan García Hortelano, Delibes, Caballero Bonald, y algunos pocos más, no hay una literatura -exceptuando a geniales escritores, para mi gusto, como Vila-Matas- que uno pueda palpar como producto de alto nivel. La literatura en español ha cruzado el charco, y desde el boom de la literatura hispanoamericana se ha quedado allí. En América -incluídos los Estados Unidos- hay unos estupendos herederos del realismo mágico, y unos autores que han reivindicado la literatura estadounidense, colocándolas entre los referentes mundiales.

Si lees El proceso, La cartuja de Parma, los cuentos de Chéjov, a Delibes, a Bolaño, a Mastretta, a Onetti, a Octavio Paz, y toda la maravillosa poesía española -Hierro, Ángel González, etc.-, vas a seguir leyendo mala literatura -como yo-, pero ganarás criterio para saber quién es quién.

Sé que no me he explicado todo lo bien que debería y que he dado tumbos; pero no importa. Ahora, pediría que, tanto a favor como en contra, me den argumentos, si es que hay alguien con el valor de comentar este artículo -porque este artículo deja a mucha gente al descubierto-. No me salgan con el “no tienes ni puta idea” porque eso no es ningún secreto.

Fuente: http://poesiamas.net/blog/2009/06/04/literatura-buena-literatura-mala/

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta esta nota. Dice la pura verdad.